Una novela única, ligera y honda a la vez, que indaga en las posibilidades del género para hablar sobre el cuerpo, el mundo y las estrategias siempre insuficientes con que intentamos cartografiarlos. 

Este es un libro inquieto e inquietante, hecho de «historias incompletas, cuentos oníricos» subsumidos en un libérrimo cuaderno de viaje a base de excursos, apuntes, narraciones y recuerdos que muchas veces tienen como tema el viaje mismo: así, el relato de Kunicki, que tendrá que enfrentarse a la desaparición de su esposa y su hijo, y a su reaparición enloquecedoramente enigmática. O el de Annushka, obsesionada por comprender los incomprensibles juramentos que profiere una pedigüeña. Y también el relato real de cómo el corazón de Chopin llegó a Polonia escondido en las enaguas de su hermana; o el del anatomista Philip Verheyen, que escribía cartas a su pierna amputada y disecada; cartas como las que le mandaba Josefine Soliman al emperador de Austria para recuperar el cuerpo de su padre, disecado como la pierna de Verheyen e infamantemente expuesto en la corte donde había servido en vida.

Los errantes - Olga Tokarczuk

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Una novela única, ligera y honda a la vez, que indaga en las posibilidades del género para hablar sobre el cuerpo, el mundo y las estrategias siempre insuficientes con que intentamos cartografiarlos. 

Este es un libro inquieto e inquietante, hecho de «historias incompletas, cuentos oníricos» subsumidos en un libérrimo cuaderno de viaje a base de excursos, apuntes, narraciones y recuerdos que muchas veces tienen como tema el viaje mismo: así, el relato de Kunicki, que tendrá que enfrentarse a la desaparición de su esposa y su hijo, y a su reaparición enloquecedoramente enigmática. O el de Annushka, obsesionada por comprender los incomprensibles juramentos que profiere una pedigüeña. Y también el relato real de cómo el corazón de Chopin llegó a Polonia escondido en las enaguas de su hermana; o el del anatomista Philip Verheyen, que escribía cartas a su pierna amputada y disecada; cartas como las que le mandaba Josefine Soliman al emperador de Austria para recuperar el cuerpo de su padre, disecado como la pierna de Verheyen e infamantemente expuesto en la corte donde había servido en vida.