La profunda unidad que vertebra los poemas que aparecen en Después traza un recorrido de sentido que casi me atrevería a calificar como argumental, como el de una voz que se monta sobre la escena del papel y que podría trasponerse a un decorado familiar pero extraño, que denota cercanía y ajenidad al mismo tiempo: “Hay una escenografía: / pero no es real / lo que escucho es una música / pero me olvido de que la música, como todo, cambia.” 

Nurit Kasztelan realiza un trabajo admirable: el núcleo dramático se establece a partir una voz despojada, por momentos íntima en su registro de lo cotidiano, que se pone en tensión por algo que siempre desborda o escapa al orden de lo comprensible. En un recorrido que comienza en la infancia, surge el recuerdo de lenguas familiares ya muertas, que de algún modo se prolongan hasta el presente enunciativo del yo: “Y lo que tengo para decir / pareciera escribirse en un lenguaje en desuso”. El sujeto por momentos se desdobla y se habla a sí mismo en una segunda persona que marca una distancia objetivante: “Vos / que querés entenderlo todo / te fuiste al país donde no se entiende nada”. El propio cuerpo ingresa a una zona de desterritorialización que lo aproxima a ciertas formas de ser como las de ballenas o langostas. Las cosas deberían ofrecer un mensaje mudo que permita restablecer alguna previsibilidad, y por eso se esperan revelaciones del agua o de la borra de café. Pero si en un momento el yo se pregunta para qué sirve la experiencia en semejantes condiciones, en el último poema se condensa algo así como un recorrido que cierra con la voz de cierta sabiduría que entona un canto a lo mínimo, a las pequeñas certezas en medio del devenir de las cosas. 

Después - Nurit Kasztelan

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La profunda unidad que vertebra los poemas que aparecen en Después traza un recorrido de sentido que casi me atrevería a calificar como argumental, como el de una voz que se monta sobre la escena del papel y que podría trasponerse a un decorado familiar pero extraño, que denota cercanía y ajenidad al mismo tiempo: “Hay una escenografía: / pero no es real / lo que escucho es una música / pero me olvido de que la música, como todo, cambia.” 

Nurit Kasztelan realiza un trabajo admirable: el núcleo dramático se establece a partir una voz despojada, por momentos íntima en su registro de lo cotidiano, que se pone en tensión por algo que siempre desborda o escapa al orden de lo comprensible. En un recorrido que comienza en la infancia, surge el recuerdo de lenguas familiares ya muertas, que de algún modo se prolongan hasta el presente enunciativo del yo: “Y lo que tengo para decir / pareciera escribirse en un lenguaje en desuso”. El sujeto por momentos se desdobla y se habla a sí mismo en una segunda persona que marca una distancia objetivante: “Vos / que querés entenderlo todo / te fuiste al país donde no se entiende nada”. El propio cuerpo ingresa a una zona de desterritorialización que lo aproxima a ciertas formas de ser como las de ballenas o langostas. Las cosas deberían ofrecer un mensaje mudo que permita restablecer alguna previsibilidad, y por eso se esperan revelaciones del agua o de la borra de café. Pero si en un momento el yo se pregunta para qué sirve la experiencia en semejantes condiciones, en el último poema se condensa algo así como un recorrido que cierra con la voz de cierta sabiduría que entona un canto a lo mínimo, a las pequeñas certezas en medio del devenir de las cosas.