En enero de 1974 salí en tren y en parte a dedo en un viaje que me llevaría casi once años de búsqueda por los territorios de la contracultura que se propagaba desde y hacia la Costa Oeste norteamericana.”

Con estas palabras Osvaldo Baigorria da comienzo a un ejercicio de la memoria que, disparado por las capturas fotográficas de una vieja Pentax y otra aún más vieja Leica, traza el mapa personal de una época a la que una y otra vez sentimos el impulso de regresar, como buscando las razones de por qué no fue lo que pudo haber sido. California, San Francisco, las costas, rutas, desiertos y bosques que durante el estallido del “verano del amor” habían funcionado como geografía imaginaria y límite huidizo hacia donde se orientaba la fuga de los jóvenes desertores del sueño americano, compondrían en la década del setenta el escenario de una silenciosa batalla cultural y civilizatoria. Llegar ahí en esos años era enfrentarse a una promesa que comenzaba a retroceder ante la lenta captura de la revolución psicodélica por el advenimiento del capitalismo cognitivo y sus nacientes utopías digitales. También a la coexistencia de hippies, yippies, poetas, Panteras Negras y comuneros con fanáticos religiosos, junkies, profetas de Silicon Valley y traficantes de todo tipo.

Estas postales son el testimonio de una experiencia del “afuera”. Imágenes de otro tiempo que interrogan nuestro presente y enhebran el ritmo de un relato trunco, el de un joven que deja tras de sí una Buenos Aires policial y asfixiante para ser testigo del repliegue de una movida que abandonaba el entorno urbano para derramarse hacia sus márgenes. En él se entrecruza el recuerdo de los compañeros de ruta, los trabajos temporales, los tocadiscos estridentes y las publicaciones subterráneas. También la experiencia indeleble de hacer tabula rasa y aprender a vivir en comunidad desde cero, en las profundidades del bosque canadiense que al mismo tiempo era ecosistema, escondite y laboratorio de vida.

Carsick. De Baltimore A San Francisco Con El Pontífice Del Trash - John Waters

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En enero de 1974 salí en tren y en parte a dedo en un viaje que me llevaría casi once años de búsqueda por los territorios de la contracultura que se propagaba desde y hacia la Costa Oeste norteamericana.”

Con estas palabras Osvaldo Baigorria da comienzo a un ejercicio de la memoria que, disparado por las capturas fotográficas de una vieja Pentax y otra aún más vieja Leica, traza el mapa personal de una época a la que una y otra vez sentimos el impulso de regresar, como buscando las razones de por qué no fue lo que pudo haber sido. California, San Francisco, las costas, rutas, desiertos y bosques que durante el estallido del “verano del amor” habían funcionado como geografía imaginaria y límite huidizo hacia donde se orientaba la fuga de los jóvenes desertores del sueño americano, compondrían en la década del setenta el escenario de una silenciosa batalla cultural y civilizatoria. Llegar ahí en esos años era enfrentarse a una promesa que comenzaba a retroceder ante la lenta captura de la revolución psicodélica por el advenimiento del capitalismo cognitivo y sus nacientes utopías digitales. También a la coexistencia de hippies, yippies, poetas, Panteras Negras y comuneros con fanáticos religiosos, junkies, profetas de Silicon Valley y traficantes de todo tipo.

Estas postales son el testimonio de una experiencia del “afuera”. Imágenes de otro tiempo que interrogan nuestro presente y enhebran el ritmo de un relato trunco, el de un joven que deja tras de sí una Buenos Aires policial y asfixiante para ser testigo del repliegue de una movida que abandonaba el entorno urbano para derramarse hacia sus márgenes. En él se entrecruza el recuerdo de los compañeros de ruta, los trabajos temporales, los tocadiscos estridentes y las publicaciones subterráneas. También la experiencia indeleble de hacer tabula rasa y aprender a vivir en comunidad desde cero, en las profundidades del bosque canadiense que al mismo tiempo era ecosistema, escondite y laboratorio de vida.