Apenas llegábamos, ella ponía en práctica su método. Primero caminar y caminar, empujar con el pie un montón y luego otro. Ver lo que de ahí se desparramaba. Más caminar. De pronto, alto. Miraba al horizonte de izquierda a derecha y de arriba abajo. Ella era un pirata buscando su isla del tesoro. Y cuando la encontraba, señalaba con el índice y decía, ahí, ahí mero, niña. Y ahí, ahí mero era donde, después de abrir una y otra y otra bolsa de esas de las grandes o de escarbar y escarbar, encontrábamos algo, un sartén, una colcha, ropa, chanclas disparejas o no, latas de comida. El tesoro.
Increíble lo que la gente tira, abandona y olvida. Hasta lo más privado de las casas termina acá. Lo que unos dejan a medias acá nos completa.


Estamos en Ciudad Juárez. En la periferia, Reyna regenta un prostíbulo que es refugio para muchas mujeres. En él conviven entre la desconfianza y la camaradería, y a todas Reyna les cuenta su historia. No muy lejos vive Alicia, quien tras ser abandonada de niña dos veces, asume que su futuro es vivir de los desechos. Con coraje y destreza busca entre los escombros y se vuelve la líder de un grupo de mujeres y niños. Al otro lado de la frontera, en El Paso, reside Griselda, una médico que investiga el vertedero municipal de Ciudad Juárez a la vez que se enfrenta al deterioro de la persona que la crio.

Sylvia Aguilar Zéleny es dueña de una oralidad magnífica y consigue insinuar la brutalidad más que narrarla. Basura, con dosis de suspense y momentos de inaudita ternura, explora la marginalidad, el abandono, la violencia y todo aquello que sucede en territorio fronterizo.


Caminar más allá de nuestras calles en nuestro barrio puede ser peligroso, ya no se sabe. Así que tienes que hacerte a la idea de que podemos estar todas peleadas por un pintalabios o por un pinche cliente baboso, pero a la hora de la hora, estamos las unas con las otras. Las-unas-con-las-otras, ¿te queda claro? A la hora de los trancazos somos más familia que la misma sagrada familia.

Basura - Sylvia Aguilar Zéleny

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Apenas llegábamos, ella ponía en práctica su método. Primero caminar y caminar, empujar con el pie un montón y luego otro. Ver lo que de ahí se desparramaba. Más caminar. De pronto, alto. Miraba al horizonte de izquierda a derecha y de arriba abajo. Ella era un pirata buscando su isla del tesoro. Y cuando la encontraba, señalaba con el índice y decía, ahí, ahí mero, niña. Y ahí, ahí mero era donde, después de abrir una y otra y otra bolsa de esas de las grandes o de escarbar y escarbar, encontrábamos algo, un sartén, una colcha, ropa, chanclas disparejas o no, latas de comida. El tesoro.
Increíble lo que la gente tira, abandona y olvida. Hasta lo más privado de las casas termina acá. Lo que unos dejan a medias acá nos completa.


Estamos en Ciudad Juárez. En la periferia, Reyna regenta un prostíbulo que es refugio para muchas mujeres. En él conviven entre la desconfianza y la camaradería, y a todas Reyna les cuenta su historia. No muy lejos vive Alicia, quien tras ser abandonada de niña dos veces, asume que su futuro es vivir de los desechos. Con coraje y destreza busca entre los escombros y se vuelve la líder de un grupo de mujeres y niños. Al otro lado de la frontera, en El Paso, reside Griselda, una médico que investiga el vertedero municipal de Ciudad Juárez a la vez que se enfrenta al deterioro de la persona que la crio.

Sylvia Aguilar Zéleny es dueña de una oralidad magnífica y consigue insinuar la brutalidad más que narrarla. Basura, con dosis de suspense y momentos de inaudita ternura, explora la marginalidad, el abandono, la violencia y todo aquello que sucede en territorio fronterizo.


Caminar más allá de nuestras calles en nuestro barrio puede ser peligroso, ya no se sabe. Así que tienes que hacerte a la idea de que podemos estar todas peleadas por un pintalabios o por un pinche cliente baboso, pero a la hora de la hora, estamos las unas con las otras. Las-unas-con-las-otras, ¿te queda claro? A la hora de los trancazos somos más familia que la misma sagrada familia.